viernes, 16 de enero de 2009

Trébol

Hubo un momento en la historia donde existió un primer hombre que aprendió cómo sobrevivir ante los fantasmas de su espíritu: éste primer hombre descubrió el secreto de hacer a los hombres sus hombres.
Él, animal rapaz, no se sentía satisfecho con sólo vivir de fresas, amapolas y carne de bestias. Tenía la ambición de dominar algo más. Una ambición de trascender.
Fue así como éste primer hombre, desarrolló dentro de su cabeza una especie de plan que se basaba, básicamente, en someter a sus semejantes.
Era muy fácil para él desarrollar el esquema: tomaba a cualquier hombre, lo ensalzaba con bazofias, lo animaba y hacía brotar de la tierra un trébol, un trébol de cuatro hojas.
¿Cómo lo hacía?
Muy simple, tomaba todas las mañanas muchos tréboles, los desarmaba y armaba de nuevo, creando un trébol de cuatro hojas.
Su semejante se quedaba petrificado al ver que existía este trébol mítico, que había por fin una coincidencia cósmica, y que él, sólo él, había sido el afortunado.
Todos los hombres, que conocieron al primer hombre, desarrollaron una enorme dependencia hacia él, convirtiéndolo en rey.
Sin embargo, un día, un hombre descubrió el secreto de los tréboles por casualidad. Vio al rey sentado, mordiéndose el labio inferior y con el ceño fruncido pegar una hojita tras otra hojita.
Este hombre no reveló el secreto a sus vecinos, ni gritó por doquier que el rey era un farsante; más bien, y debo decir, con mucha inteligencia, aprendió a crear otros tréboles de cuatro hojas.

Él también fue descubierto. Y el otro también. Y después otros cuantos.

Hoy quedan pocos hombres que creen en el mito del trébol de cuatro hojas (aunque lo buscan, desesperadamente). Muchos se la pasan construyéndolos, haciéndolos más grandes, más pequeños y hasta más especiales.

Pero para decirles mi verdad…
yo sigo prefiriendo un trébol de tres hojas.

1 comentario:

Alejandra dijo...

Las tres hojas son tus cuatro hojas. ¿No lo ves?