lunes, 25 de marzo de 2013

A propósito del último de Girls

He leído varias críticas sobre el último capítulo de la segunda temporada de Girls, muchas de ellas escritas desde la decepción y, debo admitir que, a primera vista, yo también me sentí algo decepcionada, por lo que generé empatía inmediata con quienes tildaban de hollywoodense la tramoya final. Sin embargo, luego de hacer analogías con cualquier película de Jennifer Aniston, me detuve a pensar que no todo era tan descabellado e irreal.
Muchos de nosotros no sabemos estar solos y eso no está del todo mal. Entiendo que la adultez sea un proceso de reconocimiento de nuestras capacidades y debilidades pero también creo que no debemos homogeneizar las cosas. Con esto me refiero a que el proceso no necesariamente tiene que ser una autopista en la que transitamos a 120 km sin cesar; la cagamos y eso nos lleva siempre a una carretera de tierra que a veces debemos cruzar de noche y a poca luz. En estas situaciones donde sabemos que estamos en riesgo, el otro se convierte en un comodín. Y esto no tiene nada de Hollywood o, al menos, no tiene la parte plástica de Hollywood, en todo caso es algo bien humano, que hacemos todos los días, a toda hora y con un objetivo bien claro: salvarnos un rato.
No creo que este último capítulo de Girls sea un desacierto, recordemos que el tema ya ha sido manejado antes cuando Marnie va al apartamento de Charlie e intenta volver con él. La mejor amiga de Hannah juega el último comodín contra la soledad y el asunto cae por su propio peso.
¿Por qué no esperar que esta reacción de Hannah y Adam se convierta en un elemento más de sus propias naturalezas? ¿No hemos vivido esto mil veces en carne propia?  Aunque sea un delirio y nos veamos acartonados, ¿no nos hemos embriagado gracias a un encuentro similar?
Llevábamos 19 capítulos conociendo a Hannah, llevábamos 19 capítulos empatizando o rechazando su egolatría, llevábamos 19 capítulos aceptando sus inconsistencias. Entonces, ¿por qué algunos no pueden ver que esta felicidad puede ser otro de sus falsetes?
Criticamos este final porque lo creemos imposible, en su representación televisada o en la realidad más allegada. Lo fulminamos desde ahí, desde su aparición o manifestación. No vemos que es un elemento más, un obstáculo que nos ponemos en la carretera, que disfrazamos de salvación y que en vez de acercarnos a la autopista, nos aleja a otros acantilados.

Sin embargo, ¿quién quiere vivir en línea recta?
La función va a continuar. 

martes, 10 de julio de 2012

Nueve perros despistados




Son nueve perros despistados:
Uno canta cuatro canciones
Cinco bailan en un trencito
Tres conversan sobre los gatos

Son nueve perros despistados:
Tres son ciegos de profesión
Tres son feos de nacimiento
Tres son cojos por atropello

Son nueve perros despistados:
Cuatro aplauden con las orejas
Tres imitan a Michael Jackson
Dos van a un coro gregoriano

Son nueve perros despistados:
Tres se ven en muchos espejos
Dos se bañan en el subsuelo
Cuatro persiguen el silencio

Son nueve perros despistados:
Dos chocan contra un toro loco
Cinco cargan un auto al revés  
Dos se enamoran de una garza

Son nueve perros despistados:
Uno sufre por la patilla
Dos se derriten en la lluvia
Seis aúllan por más comida

Son nueve perros despistados:
Dos se apuestan sus largas colas
Uno sueña con hacer arte
Seis prefieren morder las rocas


Son nueve perros despistados:
Muy doblados y distraídos.
Son nueve perros despistados:
Poco activos y tan cansados.

Son nueve perros, ¡qué rendidos!

Zzzzzz.

lunes, 28 de mayo de 2012

Cápsula

Quisiera tener una cápsula donde meternos, donde no nos pase nada nunca. 
No me importaría no tuitear más. No leer más 
[o leer sólo el libro que las dos acordemos llevar]. 
No me importaría no comer más que enlatados. 
No me importaría no poder fumar, ni tomar. 

A cambio de que estemos bien. A cambio de saber que allí no nos pasaría nada.
A cambio de encontrarte sin amenazas. 

Dejaría la ridiculez de la pretensión; el contacto innecesario, político, con el mundo. 
Dejaría el orgullo, la súperpersona, el yoísmo que no importa.

El ideógrafo lo apagaría. 

Estaría bien llevarnos una planta; un gato para que lo quieras más que a mí.
Un retrato de nuestro viaje a Cuba.
Unas bolsitas de té para mí. Un refresco sin gas para ti.
Todos los pares de zapatos que quieras.

Te prometo que, si nos llevamos la computadora, le pondré el protector al teclado.
Que mantendré la cápsula limpia. 
Y si dejo un vaso sin lavar, será a propósito.
Para que me regañes con tu trompa.

Y sé que esto de la cápsula es muy facha. 
Pero yo no quiero que te pase nada.

Sería un búnker de protección absoluta 
para esconderte de los malandros
de las pistolas
de las balas perdidas
de La Planta
del metro 
de la Principal de Bello Campo.
Entrenaré a mil perros, incluyendo los seis tuyos, para defendernos.

Así nadie nos molestará nunca. 
Y yo te protegeré y tú me protegerás.
Hasta que todo esto acabe. 

Y cuando eso pase, te compraré una cámara
para que vayamos tomándole fotos a todo.

Te abrazaré, sin despegarme, toda la noche,
con las ventanas abiertas, con las puertas abiertas.

Nos besaremos en las esquinas, en los bares,
en los baños de Discoverys recuperados.

Me obligarás a subir el Ávila
y a mí me volverá la fiebre de acampar.

Entonces veremos la cápsula como algo lejano.
Nunca ajeno, pero lejano.

Abiertos los ojos,
nos cuidaremos más los corazones.
Porque no habrá más nada porqué preocuparse.
Nadie nos hará daño. 



lunes, 29 de agosto de 2011

Micro 1. Sobre el cubismo y otros malestares


Tú sabes. Lo dije en serio la última vez. Dije que lo haría si te atrevías de nuevo. Te lo advertí cuando te cepillabas los dientes. Te lo recordé en una nota que dejé pegada en la nevera. No prestaste atención. Pensabas que estaba mintiendo. Tú muy bien me conoces. Tengo manías extrañas. Me gustan los pies sucios. Hablo sola. Me duermo con la luz prendida. Lo sabías e igual lo hiciste. Qué ganas, de verdad. Aún me siento incómoda con tu atrevimiento. Ajá, sé que no fue la gran cosa. No es Hiroshima, dijiste. No entiendes la composición de mi realidad. Es más, desconoces la disposición de mis ideales. Cierto, a veces suelo exagerar. Pero no es el caso. Aquí te fuiste. A veces pienso que tienes la cabeza en los pies. Suelo tener esta clase de imágenes en mi mente. No es que me este volviendo loca, no. No es eso. Sí, sé que tengo viejas manías. Me gustan los pies sucios. Leí la nota en la nevera. Tú me escribiste eso. No. Tú. Incrédula también soy. Dejaste el bolígrafo encima de la mesa. Te dije: salte del espejo que me estoy cepillando. Tú insististe. Me atreví y te clavé los dientes. Fue entonces cuando caminé con mi cabeza y te miré, tristemente, con mis pies.

sábado, 20 de agosto de 2011

Bio


Salí a tomar aire, sin apuros ni dolor, un cuatro de agosto.

Mancita, dirían, como para no comprometerme.

Todo empezó, debo decir, cuando me deshice del vestido esmeralda durante los quince años de mi hermana y elegí el pañal como única prenda; así anduve toda la noche, muy a pesar de mis tías costureras. El mundo se resumía a una lata de mantequilla y al televisor del comedor. En uno de esos embelesamientos, mi prima me arrancó el chupón de la boca y lo lanzó por el balcón, nunca lo rescató, me dijo que había caído en un pupú de perro. Por esos tiempos tenía los pulgares y los índices siempre pegostosos por sostener cubitos de azúcar; patuque general en publicaciones médicas, sillas y portarretratos. Un día de esos me caí y me rompí el párpado con la punta de una mesa, mi mamá gritaba que se me veía la cornea. Cornea, cornea, gritaba. Ese sábado me hice pipí sobre mis sandalias favoritas y como eran parte de mi pie, tuvieron que lavarlas rápido, más rápido que rápido y las metieron al horno para que se secaran; rápido, rápido se quemaban. Mi abuela siempre me regañaba porque me tomaba la Pepsi tucún tucún: ¡Niña, le va a dar algo! No había tiempo, tenía que correr a destruir los palacios de las hormigas. Contra todo pronóstico mundial, fui la virgen María en el pesebre viviente; ellos no sabían que con esqueletos de chicharras en el pecho y empanada chilena en mano convocaba conjuros mágicos: menjurje de cayenas, agua y tierra. En carnaval me disfracé de Leonardo y me preguntaron si era niña o niño; la interrogante se haría frecuente y tenía una única respuesta: ¡NIÑA! Me hervía la sangre y como tornado feroz, tigre o almuerzo sin arroz, me iba corriendo a mi cuarto y batía piernas, brazos y persianas. NIÑA, dije. Cuando la mononucleosis, disfrazaban las pastillas de panes con mermelada y yo caía y caía. A los papagayos que volábamos mi papá y yo siempre les faltaba cola, así que terminábamos comiendo helados tilín tilín. Yo creo que mis hermanas me regalaban melcocha para que me callara, pero no le digan a nadie. Intentaron que fuese violinista, karateca y nadadora; corista, panadera y doctora. Nada. A mi mamá le quedó una colección interminable de caídas y llamadas telefónicas. Más de una vez me inventé una enfermedad mortal, una octava plaga, un bronco espasmo terminal. A veces me acercaba al violoncelo de mi hermana mayor y pegaba la oreja a su barriga hasta que me descubrían, sin verme, desde la cocina. No te arranques la costrica era el himno nacional de mis padres. Tú no haces caso era, más bien, uno de los clásicos de siempre. Debo admitir que el vinagre y el bicarbonato fueron ingredientes esenciales para el desarrollo de mi lado científico, que en paz descansa, por cierto. Sí, pasé por la etapa de querer ser astronauta pero en el colegio se metían conmigo por eso de Saturno y desprecié, por mucho tiempo, nuestra vía láctea. Creo que no soy la única que detestaba esos cinco minutos donde el protagonista era el protector solar ni la frase célebre Nos vamos. Pero sí, nos vamos. Y a pesar del berrinche de mi niña por seguir contando historias, mejor lo dejamos hasta aquí y venimos otro día.


martes, 28 de junio de 2011

Parque Cristal

Mónica pocas veces se fija en mí. Mi mamá siempre dice que no me deje llamar negro porque yo soy trigueño, pero ni modo. Nos reuníamos en Parque Cristal cuando no habían puesto esas rejas. A mí me gritaban Negro Negro y yo bajaba. Mónica pocas veces se fijaba en mí. El Chalo sabía que me molestaba lo de negro y lo gritaba desde la segunda transversal. Nos poníamos a hacer cualquier cosa. Pita era del estilo callado y casi que no hacía nada. La vieja me llamaba a comer y yo sin hambre porque nos metíamos una canilla y dos litros de pepsicola. Mónica pocas veces se fijaba en mí. Cuando el Chalo le quitaba plata al papá, traía una botella de anís. Yo una vez intenté robarle a la vieja pero ella es muy pilas. Néstor José no me robes, me decía. Pita me subía a la casa borracho porque yo no aguantaba nada. El Chalo sí aguantaba pero eso es porque tiene unos primos que lo enseñaron. Mónica pocas veces se fijaba en mí. Los viernes venían las del Excelsior y se quedaban hasta las nueve. Yo buscaba al Pita para que la vieja lo dejara salir. Es ciega pero como jode. Buenas tardes señora Alida, deje salir a Ignacio que ya venimos, y al Pita lo dejaban tranquilo para que viera a Ligia. Ellos sí que eran raros porque se quedaban viendo a la cara toda la tarde sin decir nada y el Chalo pasaba a decirle pendejo, Pita, pendejo. Mónica pocas veces se fijaba en mí. Nos pusimos a fumar y todos se rieron porque me ahogué con un belmont y el Chalo me dijo beh negro que no sabes, no sabes. Y yo le dije que no me digas negro y él me dijo bueno trigueño como te dice la gorda puta de tu mamá. No le digas puta y me fui a darle en el pecho pero él había traído una de anís. Mónica pocas veces se fija en mí pero esa tarde me gritaba Néstor Néstor y yo veía el otro lado del cielo proyectado en los vidrios de Parque Cristal y le respondía: dime negro, Mónica, dime negro.

sábado, 18 de junio de 2011

El oso peregrino


A Freddy


Yo conocí un oso
la noche del domingo.
La luna alumbró sus ojos
y con un gruñido me dijo:
- Yo vengo de Moscú.


- ¿Dónde es eso?
pregunté.
y él respondió, señalando la montaña,
- Más allá de yo no sé.


Tras ver mi disposición,
empezó a contar sus viajes:

El sábado estuve
en Nueva Dehli
y el viernes
en Kazajstán.

El jueves pasé
por Bolivia y Canadá.
Después de dormir el miércoles en Pakistán
olí las flores de Panamá.
Y el lunes me encontré
más allá de Porlamar.


Era un oso peregrino
que olía a marsupial
y tenía en su barriga
un mapa mundial.

Estaba cansado

de tanto viajar.
Le di un vaso de leche
y un cuenta gotas musical.

Nos dormimos entre viajes
al más allá del más allá
y hasta la noche siguiente
no nos volvimos a encontrar.

A pesar de creer haberlo visto

en la mañana al despertar.